jueves, 13 de septiembre de 2012

Trabajo en equipo


¿Por qué será que cuando logramos tener una labor o un rol dentro de la iglesia o del Reino –quizás sin buscarlo-  lo sentimos tan nuestro? Y cuando nos sentimos amenazados en algún grado con ‘perder’ ese lugar o posición, ¿actuamos como en defensa de Él? ¿Qué es lo que en nosotros provoca que seamos realmente incapaces de mirar por el Reino y no por nosotros mismos?

1Co 3:6 Yo planté la semilla en sus corazones, y Apolos la regó, pero fue Dios quien la hizo crecer.
1Co 3:7 No importa quién planta o quién riega, lo importante es que Dios hace crecer la semilla.
1Co 3:8 El que planta y el que riega trabajan en conjunto con el mismo propósito. Y cada uno será recompensado por su propio arduo trabajo. (NTV)


Sin duda me he enfrentado a esto un sinfín de veces: de forma personal o lo he escuchado de otros. Y no sucedió hasta HOY que me di cuenta de que no necesariamente por iniciar algo dentro del Reino, implica que nosotros seamos los encargados de terminar la misión. Es más, se supone que entendemos (y es algo que hemos escuchado un montón de otras veces) que nuestro propósito es hacer más que nuestras generaciones pasadas y darle una plataforma a la siguiente generación para que pueda ir efectivamente de nuestros lomos hacia arriba y ser/hacer más que nosotros. Pero… ¿qué sucede cuando en ‘nuestra’ posición somos incomodados y debemos ceder el lugar? Y no hablo de darle lugar a las tinieblas (obvio), sino de cuando Dios te saca de tu comodidad para llevarte a otro nivel; te saca de tu actualidad para probarte y así llevarte Él mismo a la siguiente puerta que deberás atravesar. ¡Cuánto nos cuesta menguar! Nos creemos tan capaces y dueños de nuestro espacio que se nos olvida que todo es por Él y para Él. El apóstol Pablo les explica en una de sus cartas a los Corintios que les habla de cierta forma, porque producto de su inmadurez no puede referirse a ellos con palabras mayores:

1Co 3:1  Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. (NVI)

Y si lo comparamos con nuestra realidad, no difiere mucho de ella. ¿No es acaso la familia el fundamento de Cristo para la Iglesia? Entonces, si realmente conociéramos el poder y la importancia que esto tiene, simplemente no dudaríamos en trabajar unos con otros apoyándonos y velando por el cumplimiento del propósito de Dios en nuestras vidas, las de nuestros hermanos, nuestra nación. Hemos manejado las diversas situaciones tal como lo expone Pablo en esta carta: como niños que patalean y pelean por un juguete hasta que lo sienten completamente suyo, y si por algún motivo llega otro a ocuparlo, arman peleas y conflictos; y lo mismo ocurre con el amor de los padres: siempre existirá quien busque llamar más su atención o agradarles y a su vez, existirá otro que siempre se sienta menos querido o tomado en consideración.

Dentro de muchos de nosotros está la visión y el deseo de que nuestras familias y naciones completas se rindan a los pies de Cristo. Y cuando más vemos la realidad de la iglesia, más nos damos cuenta que mucho falta para lograr la unidad en grupos pequeños, ¡y mayor aún en los grandes! Nos olvidamos fácilmente que quien comienza la buena obra en nosotros, y la termina; quien tiene todo bajo control porque Su voluntad es buena agradable y perfecta; y quien nos llama para ser cooperadores de Él es quien da el crecimiento. No depende de nosotros, sino de Él.

1Co 3:9 Pues ambos somos trabajadores de Dios; y ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios.
1Co 3:10 Por la gracia que Dios me dio, yo eché los cimientos como un experto en construcción. Ahora otros edifican encima. Pero cualquiera que edifique sobre este fundamento tiene que tener mucho cuidado.
1Co 3:11 Pues nadie puede poner un fundamento distinto del que ya tenemos, que es Jesucristo.



1Co 3:16 ¿No se dan cuenta de que todos ustedes juntos son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en* ustedes? (NTV)

martes, 4 de septiembre de 2012

Alineados al Espíritu de Dios: 3. La obediencia es mejor que los sacrificios

Una de las cosas más hermosas en esta vida es cuando nos damos cuenta de que Dios está pendiente de nosotros: nos ve, nos escucha, nos habla. El que su voz se dirija a nosotros sin duda es una experiencia inolvidable. Pero, nuestras expectativas pueden ser muy diferentes a lo que recibimos en realidad: ¿Y si lo que nos dice es algo en lo que le debemos obedecer?



Muchas veces nos encontramos diciéndole a Dios en oración ‘me cuesta tanto hacer esto… hacer lo otro’; ‘ quiero pero no puedo…’  pero si realmente amáramos a Dios, ¿por qué habría de costarnos obedecerle? Si en el fondo sabemos que todo nos ayuda a bien, y que Su voluntad es buena, agradable y perfecta… obedecer debiese ser algo intrínseco en nosotros. ¿Nos cuesta? Claro, nos cuesta cuando no queremos obedecer y estamos cómodos así tal cual o tenemos miedo a lo que se viene. No somos capaces de mirar más allá y preferimos quedarnos en la posición actual con tal de evitarnos correr algún riesgo.

Heb 5:7  Mientras Cristo estuvo viviendo aquí en el mundo, con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte;[e] y por su obediencia, Dios lo escuchó.

La palabra ‘obedecer’ tiene el mismo origen de oír, deriva de shamá cuyo significado principal es oír inteligentemente y sale más de 1130 veces en la Biblia. El obedecer es caminar en la voluntad del Padre, agradándole y haciendo lo que Él diseñó para nosotros.

1Sa 15:22 Pero Samuel respondió: —¿Qué es lo que más le agrada al SEÑOR: tus ofrendas quemadas y sacrificios, o que obedezcas a su voz? ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio, y la sumisión es mejor que ofrecer la grasa de carneros.

Si escuchamos la voz de Dios y decidimos obedecer, debe ser con la motivación correcta. La motivación a obedecer no puede ser el temor, si se obedece debe ser por amor. Dios no nos obliga a obedecerle –nunca nos ha obligado a hacer algo- es más, lo plantea como un requisito para ser llenos de Él y ser llamados sus hijos; como un precedente a sus bendiciones. Pero, si decidimos ser Hijos de Dios, estar por Él y para Él, simplemente el obedecer se transforma en nuestro esquema de vida.

Rom 8:14  Todos los que viven en obediencia al Espíritu de Dios, son hijos de Dios.

Cuando Dios nos pide que obedezcamos en algo, siempre es con un propósito mayor; ya sea probarnos en algo, librarnos de estructuras, llevarnos a un siguiente nivel y, que Su nombre sea exaltado en de nosotros.

Jua 3:21 Pero los que hacen lo correcto se acercan a la luz, para que otros puedan ver que están haciendo lo que Dios quiere.*
(*O puedan ver a Dios obrando en lo que él hace).

Es a través de la obediencia donde podemos acercarnos a Él y permitirle confiar sus tesoros en nosotros. La obediencia es el camino trazado por Dios que nos lleva hacia nuestro destino.